Llegamos a Oslo después de un impresionante road trip por el interior de los parques nacionales de Jotunheimen y Jostedalsbreen. Ahora, en la capital de Noruega conocemos una gran ciudad nacida en el enorme fiordo que lleva su nombre, uniendo historia y modernidad en perfecta convivencia con la naturaleza. Esta ciudad vikinga fundada en el año 1050 d.C. por el rey Harald III mantiene la esencia de sus orígenes con un extraordinario modelo de desarrollo que prioriza la conservación del entorno con un estilo vanguardista de construcción que se ha convertido en todo un referente mundial.
En el barrio de Sentrum se encuentran los edificios históricos más importantes, tales como el Parlamento Noruego, el Teatro Nacional o el Palacio Real, a los que se llega por un cómodo paseo recorriendo la calle Karl Johan desde la estación de trenes de Oslo S.
El vecino barrio Bjørvika es hoy una de las zonas más modernas de la ciudad tras la reconversión de los antiguos muelles de Oslo, donde hoy se sitúa el mágico edificio de la Ópera junto al Museo de Munch y el proyecto Barcode.
En Akker Brygge nos espera otra zona modernizada sobre antiguo suelo industrial, invadida ahora por un gran ambiente de ocio. Los muelles convertidos han ido reconvertidos en playas urbanas que son el lugar favorito de los residentes en el verano. Desde aquí es posible tomar varios ferris que conectan otras partes de la ciudad a través del fiordo, oportunidad única que aprovechamos para navegar hasta la isla de los museos y conocer de primera mano la gesta de Roald Amundsen a bordo del mismísimo Fram.
Una última sorpresa nos espera en el interior del parque Vigeland, dedicado a la exposición permanente de la obra del escultor noruego Gustav Vigeland. El monolito de piedra muestra un conjunto de figuras humanas entrelazadas entre sí, que van rejuveneciendo desde la edad adulta en la base hasta la niñez en la cúspide, recordando al profesor que escribe estas líneas el soporte a las nuevas generaciones por parte de sus anteriores.