Seguimos en Noruega. Estamos en la capital, Oslo, dando un paseo sin rumbo después de pasar unos días haciendo un magnífico road trip por los parques nacionales de Jotunheimen y Jostedalsbreen entre bosques, glaciares y las montañas más altas de Escandinavia.
Llevamos ya varios días en Oslo. Para llegar hasta aquí recorrimos los 350 kilómetros de regreso por la misma combinación de carreteras que tomamos en la ida, ahora en sentido contrario, desde Sognefjellshytta hasta el aeropuerto de Oslo-Gardermoen. El aeropuerto se encuentra a 45 kilómetros a las afueras de la ciudad, donde tras devolver el coche de alquiler subimos al tren rápido de la empresa Flytoget, que nos dejó en la estación central de Oslo S después de un cómodo trayecto de 20 minutos.
Ahora mismo nos encontramos dando un paseo sin rumbo por la ciudad. Concretamente volvemos a estar en la plaza de Jernbanetorget, en el exterior de la estación de Oslo S, tomando los primeros rayos de sol del día junto al Tigeren. Mientras esperamos a que abran los comercios, desde aquí vemos cómo se va despertando la ciudad, momento perfecto para reflexionar sobre algunos aprendizajes del viaje.
Aquí puedo confirmar una tesis que he ido esbozando en publicaciones anteriores de Noruega: a los noruegos no les interesa el turismo de masas. Al contrario de lo que vimos en los parques nacionales de Jotunheimen y Jostedalsbreen, en Oslo hay muchos visitantes extranjeros. Sin embargo, la ciudad no está hecha para nosotros. El turista debe adaptarse a Oslo y no al revés: los comercios no abren los domingos y casi nada está disponible en otro idioma, a excepción de los museos más importantes y algunas tiendas de souvenirs.
La ciudad de Oslo y sus habitantes parecen vivir ajenos al mercado turístico. Van a lo suyo, quien venga de fuera que se entienda porque así les va bien y así debe ser, porque además este mismo carácter le da autenticidad al país.
¿Quién quiere viajar para ver lo mismo que todos los días? Por supuesto, es una pregunta con trampa. Quienes venimos de una región como Canarias, basada en el turismo de masas como principal sector económico, nos sorprendemos. Incluso por momentos llegamos a sentirnos mejor aquí que en nuestra tierra, teniendo en cuenta que nuestra costumbre es vivir en un enorme parque de atracciones diseñado por y para el turista. Por ello aquí encontramos, tan lejos de casa, algo de identidad y autenticidad aunque no sean las nuestras.
Como aclaración, no tengo nada en contra del turismo (menos aún siendo turista habitual) cuando se realza de manera responsable, consciente y sostenible. Sin embargo, rechazo por completo el turismo de masas y los efectos que causa sobre las poblaciones de los destinos afectados.
Esta reflexión invita a pensar en otros destinos que están comenzando a saborear el dinero fácil y perverso del turismo de masas, aunque todavía a tiempo de salvarse, como es el caso de Islandia. Cuando viajé allí por primera vez, en el año 2019, en el país predominaban los paisajes de naturaleza salvaje y vacía. Tres años más tarde, en un segundo viaje en el 2022 pude comprobar cómo se ponía en marcha la maquinaria del turismo de masas, evidente a nuestros ojos, donde los centros de visitantes y las tiendas de souvenirs ya invadían lugares que hace tan poco tiempo eran puros e inaccesibles. En la prensa reciente he podido comprobar el malestar de los islandeses con los efectos de este cambio de modelo (Iceland Is Sick of Tourists’ Bad Behavior. Bloomerang, 2024), ni qué hablar del hartazgo que tenemos los canarios de esta mala forma de hacer turismo (Colectivos del 20A llaman a una nueva protesta masiva en Canarias. Canarias Ahora, 2024). Los primeros están a tiempo de revertirlo, los segundos estamos atrapados en un círculo vicioso de complicada salida (pero no imposible).
Los noruegos, en cambio, parecen no querer meterse en estas movidas, les va bien así. Incluso en el ambiente se respira cierta comodidad de los habitantes de Oslo con los viajeros, aunque manteniendo las distancias, cada uno a lo suyo y sin molestarse. "Que se adapten los turistas", parecen pensar los noruegos mientras yo pienso que quizás las solución canaria pase por copiar algo de este modelo.
Nosotros continuamos el paseo sin rumbo por la ciudad de Oslo. Es una ciudad relativamente pequeña, llana y rodeada de mar en el fiordo que lleva su nombre. Pasear por aquí es muy cómodo, con la tarjeta Oslo Pass tenemos acceso a todos los medios de transporte público y museos de la ciudad, así que aprovechamos los días aquí.
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